“El éxito no consiste en cuánto dinero tienes ni en cuánto poder acumulas, sino en cuántos ojos haces brillar a tu alrededor” (Benjamin Zander ).
“TODOS TENEMOS ALGO QUE OFRECER. No es trascendente el nivel cultural, intelectual o social. Se puede disfrutar y ayudar haciendo que el sentido de tu vida sea la propia generosidad, pero también preparando un delicioso plato o trabajando la tierra con amor. Sin hacer nada extraordinario, pero sí elevando lo ordinario a la categoría de único, de manera que se intensifique el resplandor de la vida” (Concha Barbero).
Muchas veces nos cuesta compartir, ofrecer, regalar, entregarnos, servir, … y vivimos con una mentalidad de estrechez y de acumulación creyendo que más tendremos si más acaparamos para nosotros solos, a todos los niveles.
Concha Barbero, autora de “El don de vivir como uno quiere” a quien entrevistamos aquí, nos ofrece un extracto de su libro donde trata este tema y una reciente experiencia personal al respecto.
Concha Barbero, autora de “El don de vivir como uno quiere” a quien entrevistamos aquí, nos ofrece un extracto de su libro donde trata este tema y una reciente experiencia personal al respecto.
Si tienes lo que das, ¿qué quieres tener?…
TIENES LO QUE DAS
“Cuando se observa la vida desde lo más alto se evita la confrontación y se comparte, sin miedo a perder. Se siente, entonces, la necesidad de colaborar, de cooperar y de unir fuerzas. Se descubre que cuando das te lo estás dando y que cuando recibes con agrado también estás siendo generoso contigo.
Esa teoría de que recibes lo que has dado se cumple siempre, y afecta no sólo a aspectos materiales, sino, sobre todo, a cuestiones relacionadas con el campo emocional y espiritual, que son, en definitiva, las que nos movilizan.
Sin embargo, tenemos dificultad para compartir, como consecuencia de un patrón de escasez mal aprendido, que nos impide tener desde el Ser y, por lo tanto, dar en ningún otro plano. Pero a mayor fortaleza interior más generosidad, porque el sentimiento de prosperidad interna hace que aumente constantemente el caudal de amor y, por tanto, pueda repartirse sin reparos.
La fuente de amor emana de lo más profundo de cada uno, del corazón. Un ser humano no puede ayudar a otros si no ha conectado consigo mismo. Conocerse, sanarse, respetarse y amarse. Esta es la primera secuencia. La siguiente, comprender, respetar y amar. Se da lo que se tiene, y si no fluye tu fuente de amor no puedes administrarlo.
Se es generoso también desde la realización de la propia obra de reconstrucción personal, dando ejemplo de vida, al igual que desde la aportación sublime de las más sofisticadas formas de arte, hasta la sencillez de una labor cotidiana. Todos tenemos algo que ofrecer. No es trascendente el nivel cultural, intelectual o social. Se puede disfrutar y ayudar haciendo que el sentido de tu vida sea la propia generosidad, pero también preparando un delicioso plato o trabajando la tierra con amor. Sin hacer nada extraordinario, pero sí elevando lo ordinario a la categoría de único, de manera que se intensifique el resplandor de la vida.
En todos los casos, la capacidad para compartir abre nuestro cerco limitado de individuos aislados y comenzamos a interesarnos por los conflictos globales, con la finalidad de contribuir al orden general. Adivinamos posibles formas de resolver grandes problemas, como consecuencia de la claridad de nuestro espíritu, potenciada precisamente por ese corazón desprendido”.
Hace unos días, recordando este fragmento de mi libro, realicé una prueba de expansión de amor. Quería mediar en un conflicto cercano sin invadir con mi presencia, al no estar directamente relacionado conmigo. Hubiera podido intervenir con palabras, pero no sé hasta qué punto hubiera podido influir en su resolución.
Me retiré a solas, cerré los ojos y comencé a emitir Amor hacia esas personas que me preocupaban; después amplié el campo de energía e imaginé que mi capacidad de amor llegaba a todos los miembros de mi familia, luego a mis amigos, a mis compañeros de trabajo, a la gente de mi pueblo, a la de mi provincia y país, deteniéndome en cada caso en quien consideraba que necesitaba más amor (las personas más difíciles de amar, dijo alguien), para ir abarcando, de este modo, al mundo entero y sentir que mi compasión llegaba al infinito.
Este sencillo y placentero ejercicio de imaginación me llevó a un estado de inmensa paz y conexión con Todo.
Minutos después, salí a la calle y me parecía conocer desde siempre a todas las personas con las que me cruzaba. Me encontraba en sus miradas. Fue una sensación de una belleza indescriptible.
Al cabo de unas horas, supe que aquel conflicto que me movió a realizar ese trabajo interior y expansivo se había resuelto. No me atribuyo el mérito, porque se dieron otras circunstancias que ayudaron a que fuera así, pero, sin duda, en algo influiría mi no intromisión pero mi entrega silenciosa. Y, por supuesto, con esta experiencia recibí mucho más de lo que di.