Siempre he tenido mucho respeto a pronunciarme sobre Dios (lo hice hace tiempo en la entrada El Dios Interior), aunque me expreso libremente sobre el Amor, que es lo mismo. Hace unos minutos, jugando con el pensamiento, me han venido un par de reflexiones que comparto aquí:
Cuando decimos o pensamos: “Yo tengo a Dios, así que nada ni nadie puede dañarme” hablamos de Dios como una posesión, como un escudo exterior que usamos para protegernos de los supuestos peligros. Nos fabricamos un Dios limitado, a medida de nuestras necesidades.
Pero si sentimos a Dios como el Todo, el Amor, una entidad inconmensurable e inteligente, de quien todo viene, y a la humanidad y cuanto existe fusionado en ese Todo, los miedos desaparecerán, y no necesitamos perdirle protección, sino agradecerle Ser y sentirle en nosotros.
No me sirve, por tanto, aquello de “Sólo quien tiene a Dios dentro se salvará”, porque se está negando la certeza de que todos, sin excepción, tenemos a Dios, porque nada de lo que Es puede dejar de ser.
Sólo precisaremos agradecer que la divinidad que habita en nosotros sepa trascender el sentimiento de posesión para abrazar el de Unión.