miércoles, 3 de noviembre de 2010

Un caso de peligro real


Os voy a contar una situación "terrorífica", que viví, hace unos meses, en primera persona:

Una noche de tormenta y viento, a eso de las 5 de la mañana, sonó el timbre de mi casa. Me puse la bata y bajé la escalera algo asustada. Miré por detrás del visillo y no había nadie en la puerta del jardín.

Con la mosca detrás de la oreja y más sueño que miedo, me dispuse a subir a mi habitación, pero… cuando iba por el tercer escalón, sonó otra vez el maldito timbre. Me quedé paralizada y me dirigí de nuevo a la puerta, la abrí ligeramente y dije en tono medio amable medio asustado (como haciendo la pelota al ladrón :-): “¿Quién eeees?” .

Mi marido había oído este segundo toque del timbre y ya bajaba por la escalera. Le conté lo sucedido, apuntando a la posibilidad de que hubiera más de una persona, porque ¿quién iba a hacer una gamberrada solo en una noche de tormenta como esa?
Mientras estábamos en esa conversación elucubradora, el timbre volvió a sonar. Me temblaban las piernas y tenía un nudo en la garganta, aunque conservé la serenidad.

Mi marido, con los ojos como platos, y sin decir una palabra, cogió el rastrillo del jardín, un paraguas y una linterna (con su pijama de cuadros :-) y se dirigió hacia la puerta, mientras yo avisaba a los municipales (aquí sí me gusta asumir el rol de protegida, el de quedarme dentro :-).

Abrió sigilosamente la puerta, echó un vistazo a ambos lados de la casa y, en ese preciso instante… el timbre, delante de sus narices, volvió a sonar…

¡Eran las pilas del timbre (inalámbrico), que se habían comunicado con el agua de la lluvia…!

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Moraleja: algo así nos sucede en el día a día, nos preocupamos por terribles cosas que luego… nunca llegan a pasarnos, con la diferencia de que en esos casos ni siquiera tenemos un timbre que nos avise del peligro :-)