miércoles, 31 de diciembre de 2008

Como el agua


Cuando hablamos de cambio imaginamos una ruptura y un desprecio a lo que conocemos, pero, en realidad, no es así, porque nuestra esencia, la que nos sustenta, es siempre la misma; es ahí donde se encuentra nuestra verdadera dimensión, que queda oculta u obstruida por las capas que configuran nuestro ego, fortalecido con la pluralidad de papeles que nos hemos ido inventando para protegernos de un supuesto enemigo, unas veces individual (cualquier persona) y otras colectivo (la sociedad, el mundo).

Creo que no es tanto una ruptura violenta lo que necesitamos experimentar para llegar a ser quien somos y hacer lo que deseamos, sino una asimilición a la realidad con la que mejor sintonizamos. Valentín Fuster y José Luis Sampedro, en una intensa conversación, reflejada en su libro La ciencia y la vida, indican, a este respecto, lo siguiente, refiriéndose a un concepto más global, pero perfectamente aplicable a la individualidad:
“El occidental tiene, frente al mundo exterior, un afán de dominio, de modificarlo, de aplicar la técnica, la acción, en suma, voluntad de transformación. El oriental, por lo menos en culturas tan importantes como las de China y la India, es otra cosa. En lugar de transformación del medio, en China tradicionalmente se ha perseguido la adaptación al mismo. El Tao busca la armonía, la adaptación, ser como el agua, no transformar la vasija donde se vive, sino acomodarse a ella".