Porque cocrear el mundo no es lo mismo que participar en él…
No hace mucho habilité una estantería en mi alcoba con los libros que más me han ayudado a crecer. En el último estante, he colocado los míos, junto a algunas revistas con mis artículos, los calendarios con mis citas y demás.
Esta mañana, con la mirada fija en esa estantería, pensaba en las ventajas de ATREVERME y TRABAJAR con ilusión en lo que considero mi don:
El secreto que sólo yo conozco, el plan que tengo fijado para continuar desarrollando mi pasión, mientras me fortalezco interiormente, me completa hasta el punto de no pasar ni un día sin derramar tinta sobre el papel, y sin que lo que escribo encierre un profundo significado para mí.
No me siento atada a las palabras sino palabra libre.
Esa sensación de plenitud hace que no me apegue a personas, objetos o lugares del mismo modo que antes, porque no busco para suplir lo que no tengo, sino que interactúo y me complemento sin egoísmo con esas personas, objetos y lugares.
Experimento, como cualquiera, la tristeza, melancolía, decepción o confusión de ser humana, pero las envuelvo en una pompa de imaginación en la que dibujo los pensamientos que me entristecen hasta transformarlos en lección y júbilo.
Ya no busco el reconocimiento que no me supe dar mientras lo pedía. No espero el amor manifestado con la vehemencia de antes. Llego hasta donde quiero hacerlo, porque sé que de mí depende. Me respeto y retardo en algo (para hacerla más mía) mi proyección, pero juego cuanto deseo con mi imaginación. Me doy la libertad de hacer lo que me gusta, sintiéndome dueña de mí y trazando mi camino.
Seguro que mi despliegue, sencillo pero patente, sirve más que mis palabras a quienes me conocen, y a los que sólo mis palabras les llegan ojalá sea con la misma intensidad con que las escribo.