Piensa en una persona por la que te sientas agredido, a la que más “odies” o temas. Imagínatelo cuando era un niño o una niña de unos 4 ó 5 años. Mantén, por unos segundos, esa imagen inocente cuando la veas ante ti “autoimportante”, impertinente u ofuscada por la ira, la codicia o cualquier otra emoción negativa.
Tal vez puedas comprender así que muestra lo que no es, porque lo que es se camufla con lo que te disgusta, te agrede o te asusta.
Bajo esa imagen gris que ofrece el adulto está ese niño sano y limpio, que, a medida que ha ido creciendo por fuera, se ha ido reduciendo por dentro por miedo a ser agredido, asustado o disgustado por otros niños disfrazados de mayores.