lunes, 22 de junio de 2009

La efervescencia de las palabras


¿No os sentís dueños del mundo cuando, ante una hoja el blanco, podéis crear un universo?
Seguro que tú, que compartes conmigo el placer de dibujar fantasías y realidades con la palabra, sabrás de ese cosquilleo en el estómago, esa sensación de euforia a la que la imaginación te lleva, mientras el cerebro bulle creando imágenes mentales de vida que puedes dar forma, finalmente, con el movimiento de tus dedos (le explicaba esto mismo a mi amigo Juan Carlos y me dice: “¡Chica, eso parece un Redoxón!" :-)
Vivirás también la emoción que procede de guardar, en lo más profundo, un secreto que contar y que de ti depende que deje de serlo, de ti el momento de hacerlo, la manera de adornarlo y la difusión que quieras darle.
Y hay algo determinante para que tus palabras trasciendan, lleguen y tengan la proyección que sueñas: la coherencia entre lo que escribes y vives y, sobre todo, la confianza en tus propias posibilidades:
“Si no quieres perderte en el olvido tan pronto como estés muerto y corrompido, escribe cosas dignas de leerse, o haz cosas dignas de escribirse”.
(Benjamin Franklin )
Ayer, en el programa de TV2 Página2, se trató la obra de Stieg Larsson, autor de Los hombres que no amaban a las mujeres, que falleció inesperadamente en 2004, como consecuencia de un ataque al corazón, días después de entregar a su editor el tercer volumen de la trilogía Millennium y poco antes de ver publicado el primero. Sus libros han despertado un gran interés y han sido calificados como obras maestras (no he leído nada suyo aún, porque tengo la “mala” costumbre de no leer lo que está de moda; rebelde que es una). Pues bien, en el programa, un amigo suyo se refería a él como un hombre tímido, poco dado a la vanagloria, y en el que sólo había dejado de reconocer su modestia cuando le confesaba que se consideraba el mejor escritor de Europa o cuando le decía, pletórico, que había escrito tres libros magistrales.
Estoy completamente segura de que esa confianza en él, independientemente de la calidad de sus escritos, ha sido decisiva para el éxito de sus libros, a pesar de no haber podido disfrutar de ese triunfo en vida. Tal vez, ni siquiera necesitara ya disfrutarlo, porque, diréis que estoy loca, pero creo que la gente muere cuando “quiere” morir (cuando ha evolucionado, cuando ha cumplido sus sueños, cuando ha aprendido o, quizás, cuando no puede con la vida porque lo que vive es peor que la idea misma de morir).
Vaya manera de terminar la entrada, con lo bien que íbamos... :-)