sábado, 6 de junio de 2009

Del gris al rosa


Hablábamos mi hermana y yo ayer sobre el programa “El secreto”, tratado en mi anterior entrada. De todas las cosas buenas se obtienen buenas conclusiones. Ambas nos habíamos emocionado con él (como cualquier hijo de vecino con un poco de sensibilidad; aunque muchas de las personas que se “comen” los telediarios y hablan reiteradamente de las desgracias del mundo, después permenecen impasivos ante este tipo de acciones. Y sé la razón, pero eso es ya es tema para otra entrada...).
Una de las conclusiones a las que llegábamos es que hace tiempo que no lloramos por situaciones que, en otra época, nos producían sufrimiento:

- Un problema que nos acuciaba.
- Malos entendidos o “injusticias”.
Ahora lloramos sólo por cuestiones que nos producen alegría o que hacen que aflore nuestra área más tierna.

Ya he contado alguna vez por aquí que mi hermana y yo tenemos montado un gabinete emocional-psicológico-vital al que sólo acudimos las dos. Somos maestras y alumnas (ella fue mi maestra y ahora me enorgullece saber que me dice serlo también suya) y nos va francamente bien en esta empresa. La calidad de las sesiones lleva el sello del cariño y la rentabilidad es total.

El hecho de que nuestras conversaciones giren cada vez más en torno a nuestros “éxitos” (de los buenos, no de los aceptados como tales socialmente) y menos en la queja arroja un balance excelente para el “negocio”, en el que el victimismo es agua muy pasada.
Creo que ese es un buen medidor de felicidad, independientemente de las circunstancias que tengamos que superar, porque no todo es de color de rosa. Cada uno tiene que ir resolviendo lo que la vida le pone para seguir aprendiendo, y creo que ese afán de superación es el mejor modo de percibir lo gris en rosa.