“Voy a tomarme una aspirina, que no me encuentro muy bien”.
Ayer, mientras asistía a unas “Jornadas de degustación de terapias alternativas” (mil gracias, querida Ana, de Aurora Boreal, por el regalo que nos hiciste organizando este evento), me di cuenta de cuánto tiempo hace que no acudo a analgésicos para calmar el malestar del alma, que, ignorante de mí, achacaba al cuerpo.
Hace años, desde la meditación, la relajación y el Yoga, aprendí a acallar mi mente y a equilibrar mi cuerpo, y aquéllos síntomas de inquietud que me hacían ir al botiquín… desaparecieron como por arte de magia. De aquéllo llegó la lucidez que necesitaba para saber que escribir era una de mis pasiones.
Este fin de semana he tenido la oportunidad de recibir una sesión de Reiki, o imposición de manos para la transmisión de energía (ya lo hacía Jesucristo), así como de asistir a un extraordinario concierto de música con armónicos para la meditación, "medicina natural para el equilibrio mental físico y emocional". De la oferta de diversas terapias, me seducían más estas dos.
En el primer caso, con el Reiki experimenté la paz que procede de la propia terapia y del calor humano de unas manos que estaban aportándome su energía, de forma desinteresada.
En el concierto sentí la fusión universal que procede del reposo y la comunión de las almas, mientras escuchábamos las sinfonías con que nos deleitaba Miguel, terapeuta e investigador del sonido. Pude experimentar cómo “Mediante el sonido y el principio de resonancia podemos hacer que frecuencias inarmónicas del cuerpo vuelvan a sus vibraciones normales y saludables”, tal y como indica el músico en la Web del centro que ostenta (Un puerto de Paz), junto con Naloy, terapeuta y formadora de Energía Universal.
En ese peculiar concierto, un nutrido grupo de personas, con los ojos cerrados y en total quietud, formábamos un solo Ser. Finalizó con la participación activa de los asistentes con un cántico común. Precioso.
Hay que salir del ruido, de vez en cuando, porque, tras la calma, llega la apertura mental y, de su mano, la fuerza necesaria para que lo que intuíamos que debía manifestarse, tenga lugar.