Twitter, blogs, facebook y,
en general, las actuales vías y tecnologías disponibles para la comunicación
escrita y virtual han modificado sustancialmente la figura y las posibilidades del escritor:
inmediatez, medición del éxito o del fracaso con las estadísticas, los
comentarios, los seguidores o los abandonos… Uno sabe si gusta o no, a golpe de
tecla, al instante, directa y eficazmente.
Pero hay algo que no cambia: la
hoja (o la pantalla) en blanco, que espera paciente a que el autor vuelque en ella
su inspiración, sus sentimientos, resultado de sus emociones: el área intangible de sí mismo
que se deja ver a través de una historia, un relato o una reflexión.
Siempre hay lugar para ese encuentro a solas, en el
que únicamente las letras que van configurando las palabras son testigos de los secretos de su forjador. Una profunda y cálida amistad, que sólo comienza a ser compartida
cuando la fusión creativa se convierte en un artículo o en un libro, en un mensaje de 140
caracteres, una entrada de 500 palabras, o cualquier otra forma de
expresión.
El escritor dispone de nuevos medios, obtiene distintas respuestas; todo evoluciona, todo se trasforma... pero la
esencia de la creatividad permanece intacta en un rincón del alma, impulsando el arte, la belleza y el amor.