Hoy, comiendo con unos amigos algo incrédulos de estas cosas "mías", pero que me conocen al dedillo, me he referido al poder relajante del
automasaje, a sabiendas de lo que podía caerme encima :-). A partir del comentario, se ha producido toda una una sesión de risoterapia, que ha sido aún más gratificante que lo que quería transmitir :). Todo han sido chascarrillos de lo más ingeniosos que nos han hecho reír de lo lindo. Desde luego que no hay nada como el sentido del
humor: encierra inteligencia, desapego, creatividad, espontaneidad,
naturalidad; en fin... una maravilla :-).
Pero, vive Dios que, aunque me va la juerga como a nadie (no podría vivir sin reír cada día), mi
intención era de lo más seria al comentarles lo de la bondad de realizar
ejercicios de relajación mediante el automasaje. Mientras sentimos nuestra piel, vamos deteniéndonos mentalmente en cada parte del cuerpo, impidiendo la circulación de tantos otros pensamientos que nos estresan y nos abruman. Nos servimos así de nuestra envoltura, que es más que eso, el vehículo de desarrollo e iluminación en este mundo.
Reconozco que se me olvida practicarlo, pero ya en mi libro Palabras para el Bienestar lo expresé de esta manera:
“En general, nos cuesta demostrar afecto; somos esquivos
para entablar relaciones con nuestros semejantes y mucho más para el contacto
físico. Los besos y los abrazos están casi institucionalizados para
bienvenidas, despedidas, felicitaciones y conmemoraciones, y dejamos una hilera
tan estrecha para las muestras de cariño espontáneas, que se va cerrando
paulatinamente, hasta que llega a desaparecer. Se nos olvida, incluso, el tacto
de nuestra propia piel. Yo misma, que me he imbuido gustosamente en este mundo
de tan adentro, del interior, del ensimismamiento y el conocimiento de lo
profundo de mi ser, descubrí, a través de un CD de relajación (Automasaje, se
llama) que hacía tiempo que no sentía mi piel, mi envoltura, salvo cuando me
ducho o me doy la crema hidratante de una forma tan automática que ni me
percato de la acción. Mientras seguía las instrucciones del guía de ese CD, me
di cuenta de todo lo que me estaba perdiendo. El contacto con mi propia piel me
acerca a mí misma. Aún así, por la maldita prisa y por la falta de costumbre, a
sabiendas de sus beneficios, suelo mirarlo de reojo y le digo, con la intención
de que me espere: “Tengo que escucharte algún otro día”.