Hemos de ser conscientes de
la importancia de basar la educación de quienes nos siguen en el “ser”, no sólo
en el sentido puramente profesional, familiar y social, como “eres un buen estudiante,
un buen hijo o un buen ciudadano”, sino también en los valores que van a
hacerles sentirse seguros: eres una persona querida, pero también autosuficiente,
valiosa, capaz de emprender lo que desees y de conseguirlo, preparado para saborear
tus éxitos y aprender de tus fracasos. De esta manera, llegarán a percibir
y explotar su propio tesoro personal.
La clave para esta educación positiva
de los más pequeños es el trabajo de las debilidades de los mayores. Los padres queremos hijos felices, pero antes es
necesario que aprendamos a serlo nosotros. Los adultos, primeramente,
tenemos que recuperar la ilusión de los niños para poder sintonizar con
ellos, después ya podemos darles buenas lecciones de vida, desde el
ejemplo:
- Ser honestos, para que ellos lo sean.
- Disciplinados,
para que perciban el resultado del esfuerzo.
- Pacientes,
para que comprendan la importancia del equilibrio.
- Alegres,
para que capten que la esperanza supera al miedo.
- Valientes
y enérgicos, para que sepan que la ociosidad es la cárcel de la rutina.
- Y darles a entender que cada
una de sus vivencias ha de estar enfocada a sentirse bien consigo mismos.
Este es uno de los principales secretos de la prosperidad para su futuro.
Debemos, pues, dignificarnos y proyectar una imagen íntegra,
sustentada en el amor y en el disfrute de todo lo que nos rodea. En realidad, la
mayor herencia y el mejor ejemplo que pueden habernos dejado nuestros padres es
la de haberles visto caminar seguros y gozando de la vida, y esa actitud es
también lo más valioso que podemos legarles a nuestros hijos para que recorran
su propio camino con entusiasmo.
Fragmento de mi libro El don de Vivir como uno quiere.