Repito algo ya escrito en el blog, en el verano de 2010, pero atemporal en lo más hondo:
Estamos evolucionando constantemente; la vida es sinónimo de evolución, una apasionante noria sin parada. Este verano estoy sintiendo como nunca ese cambio en algo muy simple; por extraño que parezca, casi contradictorio con ese movimiento: no necesito hacer nada diferente (aunque lo haga); siento menos dependencia de las personas (aunque me relacione con gusto con muchas de ellas); no preciso casi escribir (aunque también escriba)… nada, salvo escuchar atentamente el pálpito más profundo de la vida.
A veces experimento cierto descontrol (el que procede de los flecos externos de mi vida por solucionar dentro de mí), una especie de vértigo porque el sinsentido y la felicidad se dan la mano con fuerza hasta que logran guardar el equilibrio y, luego, se relajan; mis pensamientos enfrentados de dicha e inquietud confluyen y terminan haciéndose amigos. Y, entonces, no tengo urgencia por nada, no huyo; estoy bien en cualquier parte y no me hace falta estar en ningún lugar.
El fantasma de mis antiguos patrones me visita, de cuando en cuando, y hace que se tambalee esta armonía y ese desapego. Aun así, continúo observando y observándome; y siento a cada persona en mí, pero no me preocupo por saber si soy importante para ellas. Soy, sin más pretensión.
Continúo encontrando maestros en mi camino, con unos “sufro” mientras aprendo; las lecciones de otros me hacen llorar de alegría, pero a ninguno les responsabilizo de nada. Sé de la influencia en mí de lo que pienso y hago como nunca.
El verde de las hojas desde la ventana; el olor a tierra mojada tras la tarde de tormenta; las manzanas del árbol salvaje que invita a degustar su fruto a los paseantes; las palabras que intercambio con quienes menos conozco; el verano de los pueblos en la calle; la tranquilidad de no buscar y de sentir…
Y, por encima de todo, la creatividad que tantas horas de sol dejan ver en extremo: personas que cocinan con esmero para que otros degusten sus manjares; pintores que inmortalizan atardeceres, paisajes y rostros llenos de expresividad; escritores que vuelcan sobre el papel, a solas, sus más hondos sentimientos; profesionales de circo y teatro que sólo quieren divertir y expandir su arte… mientras el tiempo de ocio permite que luzca la parte más humana de todos los seres humanos.
La calma, en quien está sereno; la intranquilidad, en quien tiene su mente agitada, en quien aún no sabe que sólo tiene que educarla.
Todo es como debe ser y todos estamos en el mismo tiempo y lugar, en el único en el que las cosas suceden: aquí y ahora. Somos lo mismo y no hay nada por lo que preocuparse. Todo está bien, tal y como necesitamos para aprender, para disfrutar o, incluso, para recibir el dolor con la serenidad que da saber que no hay nada que temer, porque lo único que debemos hacer es no resistirnos a lo que Es