Últimamente tengo la oportunidad de hablar con jóvenes que están desencantados con su situación profesional, poco motivados; se ven en un túnel sin salida, en ambientes laborales en los que se propicia lo que indica el libro de Lotfl El-Ghandouri El despido interior: cuando nuestra infelicidad laboral nos lleva a convertir nuestro trabajo en prisión. Tienen trabajo pero han perdido el entusiasmo por él y se les hace cuesta arriba pensar en mantenese en esa situación hasta el día de su jubilación. Pero, “como está la cosa así” tampoco piensan dejar lo que tienen seguro, por el momento.
Hablaba hace unos días con un par de ellos sobre la necesidad de que hicieran algo que partiera de sí mismos, algo que les ilusionara sin depender de que otros les marcaran el camino de su realización. Incluso sin dejar ese trabajo, según eran sus intenciones. Ambos tenían inclinaciones muy claras por aficiones concretas que podían desarrollar. Si alguien me hubiera animado así a su edad, estoy segura de que hubiera comenzado a escribir hace muchos años. Así que, cuando reconozco esos talentos tan palpables, me lanzo apasionadamente a tratar de impulsarles. Luego, dependiendo de su actitud, continúo con el tema o cambio de conversación. No hay que invadir a nadie.
Y me miran muy fijamente, y noto cómo mueven sus cuerpos, y elevan su mirada como tratando de recuperar un sueño aparcado. Se mueven físicamente como una metáfora de la necesidad y ganas de removerse internamente para sentirse dueños de sí mismos. Pero, finalmente, compruebo, con tristeza, que muchos se rinden antes de empezar y terminan diciendo:
“Es que todo eso es muy difícil”.
Y es que ese es el mensaje que han recibido, por todas partes, que todo es y está muy difícil. En casa se les exige y se les mide por las notas que traen sin preguntarles con qué sueñan, qué les hace entusiasmarse; en la enseñanza, se les mide por lo que memorizan y por lo callados que permanezcan; en el trabajo, por las horas que pasan en sus puestos, y no por lo que pueden desempeñar y la sociedad, en general, les satura con la crisis y la competición.
Son demasiados mensajes directos al engorde del pesimismo, de la incapacidad. Necesitan voces del otro lado, del lado claro de la vida, porque han ido incorporando las creencias de personas fracasadas en sus sueños, aunque no les quepan en los cajones los certificados, títulos, resúmenes de historiales laborales y nóminas fotocopiadas y guardadas con celo, “no sea que vengan tiempos peores y haya que seguir luchando”.
Confío en que mi "discurso" resuene en ellos si, en algún momento, recobran la confianza en sí mismos y se deciden a potenciar y disfrutar de sus inmensos valores.