miércoles, 30 de julio de 2008

¿Qué hacer con tanto dolor?

Ayer experimenté mucho dolor. Murió una prima joven, a quien, a pesar de no ver regularmente, quería mucho. Bondadosa, inteligente, activa, alegre, atenta, educada, fuerte... Supo disfrutar de la vida entre el goteo de sufrimiento, y aprendió, en los últimos años de adversidad, a saborear cada momento, como si fuera el último. Nos mantuvo a todos en la esperanza, desde el inicio de su enfermedad, porque su poder de recuperación, sus ganas de vivir y su ímpetu y capacidad para guiar a cuantos tenía a su alrededor podían más que su mal. Ha sido un ejemplo de entereza, de fuerza y de lucha, como tantos otros que, en las mismas circunstancias, merecen nuestra admiración. Ella descansó, y aquí nos ha dejado la pena de su ausencia.

¿Qué hacer con tanto dolor? Sólo una palabra, aunque cueste: aceptación.

El grado de sufrimiento de los que nos quedamos con la pérdida depende del grado de resistencia a lo que nos está tocando vivir. Lo que sucede, es lo que es. Dejar que sea, aceptarlo, sin rebeldía... nos libera de mucho sufrimiento, que procedería de querer cambiar lo imposible. Acatar el momento de dolor, sentirlo, sin escaparse de él, produce un efecto relajante, que hace más llevadera la circunstancia, por grave que sea en el mundo exterior. Escribo esto como terapia propia y para quienes tienen que soportar la pérdida en su día a día, después de haber acompañado fielmente a quien ven marchar. Aceptar es lo único que puede reducir la tensión que ocasiona la frustración por conseguir cada despertar lo imposible.

A veces, el presente es terrible, pero hay que quedarse en él, todo lo contrario a lo que hacemos en nuestra vida cotidiana. Como indica Tolle, mientras que solemos vivir en el pasado y en el futuro, haciendo visitas al presente, debemos vivir en el presente, sea del cariz que sea, y realizar visitas al pasado y al futuro, sólo para resolver o planear los aspectos prácticos de nuestra vida.

Aceptación, no resistencia, quietud, paz.

Descansa en paz, querida Bego. Antes de irte, tú ya estabas con Dios.