De unos meses a esta parte, todo corre más deprisa dentro de mí. Es un recorrido rápido, aunque
sosegado, un aprendizaje que a veces me sorprende, otras me alegra, en
ocasiones me abruma, pero del que no quiero salir por nada del mundo. Es un
proceso que trae consigo un compromiso: que ya nada puede quedar sin
resolución, que es la hora de poner las cartas sobre la mesa, de ser más de
verdad que nunca y actuar en consecuencia. Es un compromiso al que me entusiasma estar atada, porque me
está liberando como nunca antes lo había estado.
Hay quien dice que este
proceso evolutivo es paralelo al del universo; quien explica que el ser humano
es un micromundo, un universo a pequeña escala, y que quien se adhiera a él con
su trabajo interior apreciará los beneficios. Es una re-evolución pacífica, que también la sociedad, en general, necesita.
No me bajo de esta noria en
la que, mientras me elevo y desciendo, mientras me emociono de júbilo o me
entristezco, se presenta ante mí un paisaje en movimiento pleno de colores y
perfumes, que contemplo desde el balcón en calma de mi alma.