miércoles, 7 de julio de 2010

No cuesta nada


Descuelgo el teléfono. Le digo al joven autor de un proyecto técnico que estoy revisando:

- Hola A., antes de irnos a casa, quería comentarte que tu trabajo está muy bien estructurado y explicado. Se lee solo.

Él se queda parado unos segundos. En general, los seres humanos no tenemos mucha costumbre de decirnos cosas favorables, sin que haya interés por medio. En corregir o fiscalizar estamos "más puestos". Por tanto, una llamada inesperada en este sentido requiere esos instantes de asimilación.

Tras la ligera pausa, me responde con tono alegre:

- ¡Muchas gracias!

Había dudado si levantar el auricular para esto, porque no me corresponde valorar el trabajo en sí, sino la forma en que está redactado, pero luego me he alegrado mucho de haberlo hecho.

Estoy segura de que él, antes de mi llamada, ya estaba satisfecho con su trabajo. Mientras lo leía, le imaginaba planteándolo, redactándolo y repasándolo con todo su interés. Tendría que haber sido así, porque estaba francamente bien. Cualquier esfuerzo tiene recompensa en sí mismo y en su resultado, pero también le habrá animado escucharme.

Cuesta muy poco comunicarnos amablemente y transmitir nuestra opinión sincera, siempre que sea para impulsar o beneficiar a nuestro interlocutor. Y más aún si se trata de cualquier joven para quien una palabra de apoyo supone mucho más de lo que creemos. Sin embargo, muchas veces damos por hecho que lo que está bien no necesita remarcarse.