No me gusta escribir sobre lo que está mal, entrar en el bucle negativo, sino incidir en las posibilidades que tenemos de mejora. Pero, a veces, una reflexión de algo destructivo nos puede llevar a construir (dándonos cuenta de lo que no queremos lanzamos cohetes hacia lo que queremos, que se dice en el libro El Vórtice).
“Cuanta más corrupción hay en un ambiente, más represión, menos mejoras, más abulia. Menos expansión, más contracción. Menos inteligencia, más astucia”, escribí en uno de mis Twitters. Me surgió espontáneamente, tras observar una situación en la que la mediocridad se había hecho un enorme hueco.
Cuanto peor es el comportamiento de alguien más restringe con él la mejora, porque no sólo lo hace mal, sino que también reprime, de muchos modos, las acciones honestas. Son espejos antagónicos de su postura, y le molesta ver su imagen en positivo, que podría obtener con agrado (todo ser humano tiene, tras el envés, el haz), pero que elige no hacerlo.
Esa voluntad doblegada al egoísmo no lleva al bienestar, pero sí a creer obtener un aparente triunfo, probablemente estereotipado por una sociedad confundida en sus valores. La “recompensa” a una actitud deshonesta y continuada es momentánea, pero, a la larga, el daño recae sobre quien la desarrolla. Obtendrá, de un modo u otro, lo mismo que ofrece. Así que, de entrada, no es nada inteligente.
Si tienes capacidad para comprender que cuando alguien se comporta así tal vez no sea del todo conscientemente, el impacto en ti es menor, pero, si no posees suficiente madurez psicológica o emocional, el daño para el círculo que abarca esa relación puede ser muy elevado. Las actitudes se propagan como una onda expansiva y afectan a la esfera de coexistencia; da igual si es de cariz personal, profesional o de otro tipo.
Por eso es tan importante el trabajo de las emociones (tanto en quienes ejecen el papel de verdugos como de víctimas), porque lo que vemos nos afecta, nos duele o nos alegra, no siempre sucede espontáneamente. Las personas no son como son, sino como deciden ser. Por tanto, las manifestaciones externas, los hechos, se han forjado antes en ese lugar escondido que sólo a cada uno le pertenece, en el que anida lo que nos conmueve, lo que nos hace inmunes o compasivos, lo que nos detiene o nos impulsa a avanzar.
Tomar la decisión de asomarse al escondite interno, trabajar las emociones, hacerte dueño de ellas, tiene una gran ventaja, y es que nos nos haremos daño mutuamente e impediremos cualquier modo de manipulación externa.