Últimamente todo lo que cae en mis manos me recuerda que nuestra misión en la vida, que estará relacionada con aquello para lo que nos sintamos capacitados (lo que tenemos para ofrecer), debe estar basada en dos principios, en los que creo absolutamente:
- Pasión.
- Finalidad de servicio.
Son dos ingredientes imprescindibles para el éxito, porque si uno de ellos no se tuviera en cuenta, nuestro proyecto fracasaría, y cuando hablo de proyecto no me refiero sólo a un asunto puntual, sino también al mismo proyecto de vida.
Si desarrollamos algo con pasión, pero lo hacemos con afán de protagonismo o por mero egoísmo, para llenar nuestro vacío, y sin tener en cuenta el beneficio que pueda suponer hacia el exterior, la idea morirá o será tan pobre que terminará extinguiéndose, algunas veces con la peor de las derrotas: la misma pérdida de ilusión que creíamos tener.
Pero si nuestro afán de servicio no se sustenta en el respeto por uno mismo, mediante el desarrollo de las propias habilidades (de nuestros dones innatos), seguramente, en un momento determinado, nuestras fuerzas se agotarán, porque nos hemos desatendido demasiado. Si profundizamos verdaderamente en esa dejadez de nuestra persona en pro de los intereses de otros, tal vez nos encontremos con el mimo egocentrismo del punto anterior, esta vez disfrazado de servilismo.
Somos cocreadores del mundo, pero inicialmente debemos recrearnos, llenarnos de nosotros para poder servir honestamente a los otros.
- Pasión.
- Finalidad de servicio.
Son dos ingredientes imprescindibles para el éxito, porque si uno de ellos no se tuviera en cuenta, nuestro proyecto fracasaría, y cuando hablo de proyecto no me refiero sólo a un asunto puntual, sino también al mismo proyecto de vida.
Si desarrollamos algo con pasión, pero lo hacemos con afán de protagonismo o por mero egoísmo, para llenar nuestro vacío, y sin tener en cuenta el beneficio que pueda suponer hacia el exterior, la idea morirá o será tan pobre que terminará extinguiéndose, algunas veces con la peor de las derrotas: la misma pérdida de ilusión que creíamos tener.
Pero si nuestro afán de servicio no se sustenta en el respeto por uno mismo, mediante el desarrollo de las propias habilidades (de nuestros dones innatos), seguramente, en un momento determinado, nuestras fuerzas se agotarán, porque nos hemos desatendido demasiado. Si profundizamos verdaderamente en esa dejadez de nuestra persona en pro de los intereses de otros, tal vez nos encontremos con el mimo egocentrismo del punto anterior, esta vez disfrazado de servilismo.
Somos cocreadores del mundo, pero inicialmente debemos recrearnos, llenarnos de nosotros para poder servir honestamente a los otros.