Cuando utilizamos a las personas, en función de nuestras necesidades, para que nos sirvan como objetos de consecución de nuestros propósitos, puede que un día nos encontremos como objetos, sólos y abandonados.
Hay muchos ejemplos de ello:
-Cuando queremos a los hijos sólo como un elemento de realización personal ejerciendo manipulaciones varias sobre ellos y, una vez que ya no nos sentimos sus salvadores (no alimentan nuestro ego), se esfuma ese interés y “amor” de antaño.
-Cuando pretendemos que nuestra pareja nos saque del aburrimiento vital, nos proporcione aquello de lo que carecemos y nos acompañe únicamente para no sentirnos solos.
-Cuando adoramos a un jefe para conseguir un puesto o un renombre, y se da el caso de que el jefe es degradado y entonces le negamos hasta el saludo.
-Cuando tratamos con exquisita amabilidad a nuestros clientes, pero les engañamos en precio o en calidad.
-Cuando adulamos a un “amigo” para obtener de él un pago por esas alabanzas, y dejamos de “admirarle” y le abandonamos cuando hay alguien que nos sirve más y mejor para nuestros planes.
Si regalamos globos de “amor”, vacuidad y egoísmo envasados en falso cariño, eso es, en el mejor de los casos, lo que obtendremos. Y es que…
"Indudablemente nadie se ocupa de quien no se ocupa de nadie."
(Thomas Jefferson)
Ahora bien, algo muy distinto es obtener aprendizaje consciente del prójimo, porque si esa es nuestra intención también la será ofrecer el nuestro. Eso sí es amor:
"Todo hombre que conozco es superior a mí en algún sentido. En ese sentido, aprendo de él".
(Ralph Waldo Emerson)