sábado, 16 de agosto de 2008

Salir del remolino

Hace unos días asistí a un evento deportivo en una plaza de toros. A lo largo del espectáculo, el animador, muy marchoso él, nos instaba a participar haciendo la “ola”, y nosotros respondíamos, encantados, porque, en general, creo que todos tenemos muchas ganas de juerga. Así que… si nos pedía tres olas, revoltosos… hacíamos ocho. Durante esta movilización, me llamó la atención algo. Estaba la plaza casi llena, salvo un tramo en el que había sólo dos personas. En una de esas “olas” me detuve a comprobar si esa pareja que no estaba mezclada con la masa hacía también esos aspavientos, y sucedió lo que me temía… no se inmutaban. Reparé entonces en que, paradójicamente, la masa estaba siendo más libre (entre comillas) y, a la vez, más dirigida, pero, en este caso, para salir del remolino de las costumbres. Nos sentíamos niños, y lo hacíamos en comunión con personas de todas las edades. La pareja que permanecía inmóvil se había mantenido en el mundo de lo normal (no digo dónde fue, por si me escriben diciéndome que me he colado por completo :-), quizá porque no podía confundirse con el gentío. El sentido del ridículo… supongo que tendría la culpa.
Creo que, en general, cuando nos desmarcamos y rompemos la rueda de las costumbres, salimos de la lógica, de lo común, de lo conocido… estamos contribuyendo a nuestra sanación. Cualquier acto cotidiano puede ser creativo: alterar el orden de los objetos que nos rodean, transitar por diferentes calles para ir al mismo lugar, plasmar en el papel una idea que nos ronda por la cabeza, y siempre cuestionárnoslo todo. Como indica el creativo Agustín Medina, en su libro Ideas para tener ideas, “La creatividad está siempre en las preguntas atrevidas, más que en las respuestas concretas”.