martes, 12 de julio de 2011

Intuí quién soy


Tendría unos quince años cuando intuí, por primera vez, quién era. Aún recuerdo ese momento de plenitud en el que el silencio me hablaba. Sin embargo, transcurrieron luego muchos años creyéndome ingenuamente feliz, mientras solía habitar en el mundo exterior, girando en la rueda de lo cotidiano y de lo superfluo, responsabilizándome de mis tareas, aunque sin percibir las maravillas que me rodeaban, y menos aún el poder dentro de mí.

Pero siempre hay un momento para el despertar a esa otra realidad en la que renace la vida y, cuando llegó, me así a ella con todas mis fuerzas porque me recordó aquel sentimiento de liberación: una ráfaga de luz intensa, el soplo divino y resplandeciente que todos tenemos dentro y que brilla más cuanto más dispuestos estamos a descubrirlo.

No fue fácil, pero sí estremecedor y reconfortante, comprender que, sucediera lo que sucediera fuera, poseía dentro todos los recursos para resolver las dudas, afrontar los temores, comprender que de mí dependía, que nadie me haría daño si no lo permitía, y que sólo podría ver el amor en otros si antes lo reconocía en mí.

Lo que vino después, acudió sin llamarlo: surgieron mis palabras más sentidas, antes enmudecidas en un rincón de mi alma. Y expresé con ellas que la felicidad no es sólo estar alegre ni la infelicidad sólo estar triste, sino que lo que más llena es ser capaz de captar la belleza de la vida en la alegría y en la tristeza; y que vivir en armonía es traspasar la barrera de las percepciones que emanan de los acontecimientos o de las personas para llegar a ese paraíso interior en el que todo está en calma, en el que la creatividad tiene su nido y el altruismo, su hogar