Me desperté en medio de la noche; distintos pensamientos iban y venían: asuntos pendientes, cálculos, pequeñas preocupaciones que a esas horas parecen montañas insalvables; planes para el mañana, recuerdos del ayer, palabras de más; otras, esperando a ser dichas…
Mi conciencia me advirtió del extravío; me calmó, me hizo sentir mi cuerpo y su contacto con las sábanas, su confortabilidad, la suavidad del tejido en la piel, su abrigo. Recorrí después mentalmente mis sentidos y experimenté la suerte de existir, me detuve en cada uno de mis órganos internos y en el milagro de su perfecta sincronización; fui consciente de quien soy a través del vehículo de mi vida en este plano.
Bastaron unos minutos para que el sueño me acompañara de nuevo, gradual y plácidamente.
Al despertar, sentí la huella y el descanso de esa parada, un puente que tracé para salir del mundo tortuoso e inventado y disfrutar del real, en el que nunca sucede nada que me impida ser feliz.