lunes, 6 de septiembre de 2010

El juego del gato y el ratón



Hay muchas personas que pasan años y años, y hasta toda una vida, sufriendo porque seres cercanos y queridos les juzgan permanentemente; les sacan siempre “faltas” y “fallos” a cualquiera de sus movimientos y les hablan de modo despectivo o altivo. Ellos, los “perseguidos” se quejan y desahogan de esa tiranía en la que se han acostumbrado a vivir como seres débiles, dóciles y con poca voluntad. Pero son fuertes, aunque no tienen conciencia de su gran valor, y ese valor es, a su vez, otra fuente de sufrimiento para sus verdugos.

Los que "atacan", sufren su propia guerra interna, la de sentirse inferiores a sus víctimas a quienes llegan a “odiar” por ver en ellos lo que creen les falta, aunque sus palabras parezcan decir lo contrario. Pero tampoco lo saben; no saben que ya tienen lo que necesitan ni por qué se ven abocados a fastidiar. De lo contrario, no lo harían.
Ambos tienen el mismo problema, la falta de amor por sí mismos y la ignorancia sobre su fortaleza. Por tanto, están incapacitados para amar o amarse. Salvo que, al menos, uno de ellos COMPRENDA, sepa por qué están actuando así desde el conocimiento de sí mismo, y corte la persecución y la huída, seguirán en ese absurdo y doloroso laberinto. Porque con sólo saberlo el dolor se reduce hasta hacer que el sufrimiento desaparezca.
Y, como aquí no hay buenos ni malos, dejo estas moralejas en modo Twitter:

Compadécete de quien te juzga; no siempre sabe por qué lo hace; no ha COMPRENDIDO, pero impide su invasión con dignidad y respeto por ti.

Mírate en el espejo de quien juzgas y hallarás no sólo lo que detestas, sino también lo que valoras. Te encontrarás en él.