“La belleza es aún más difícil de explicar que la felicidad”.
(Simone de Beauvoir)
A eso de las 8 de la mañana, los cielos casi otoñales ofrecen una riqueza de tal alcance que no tengo suficiente ángulo de visión panorámica para abarcar tanta belleza. Ya escribí sobre ello hace dos años por estas fechas.
Esta mañana he podido contemplar toda una gama de colores rojizos, anaranjados y amarillentos por una banda del firmamento que iba dejando tras de mí; frente a los azules mar, turquesa y grisáceos, que me regalaba la bóveda celeste en su otra cara. Estos últimos se fundían con las montañas, que reservan su habitual esplendor verde y terroso para más tarde.
En algunos trazos, todas las tonalidades se fundían suavemente dando lugar a intensas líneas de luz y a variadas formas, que resaltaban aún más la hermosura de esa obra de arte natural con la que se viste cada día el cosmos.
A eso de las 8 de la mañana, los cielos casi otoñales ofrecen una riqueza de tal alcance que no tengo suficiente ángulo de visión panorámica para abarcar tanta belleza. Ya escribí sobre ello hace dos años por estas fechas.
Esta mañana he podido contemplar toda una gama de colores rojizos, anaranjados y amarillentos por una banda del firmamento que iba dejando tras de mí; frente a los azules mar, turquesa y grisáceos, que me regalaba la bóveda celeste en su otra cara. Estos últimos se fundían con las montañas, que reservan su habitual esplendor verde y terroso para más tarde.
En algunos trazos, todas las tonalidades se fundían suavemente dando lugar a intensas líneas de luz y a variadas formas, que resaltaban aún más la hermosura de esa obra de arte natural con la que se viste cada día el cosmos.