A través de lo intangible, se profundiza en uno mismo y en el propio proyecto personal, que, una vez satisfecho, podrá ponerse al servicio de la totalidad. Del interior proceden los logros exteriores y de la esencia nace la materia. Ser espiritual es mirar hacia dentro para volcarlo fuera. No es ensimismarte, sino llenarte de ti para tener algo que ofrecer.
Cuanto más en ti te sientas más capacidad tendrás para trascender, para ver más allá de lo superfluo, sin que por ello abandones los placeres del ámbito más superficial; al contrario, los apreciarás con más intensidad. La iluminación hace que se intensifiquen las emociones, que lo corriente se haga sublime, pero que lo vivas sin apegos.
Necesitamos escuchar y ver lo que no se dice ni se muestra. Estamos hipnotizados por los ruidos manifiestos y desatendemos la sutileza de lo profundo. Claro es que resulta imposible mantenerse siempre en el mismo nivel de espiritualidad y comprensión, pero sí es posible darse cuenta de ese “despiste” y retomar el camino.
La “maldad” (en forma de miedos y prejuicios) nos retrasa, desfigura y destruye. La bondad, la cota más elevada de lo intangible, la inteligencia suprema, nos hace bellos.