Hace unos días tuve que ir a un hospital como acompañante. Según me iba acercando, iba experimentando esa incomodidad que producen estos sitios, como consecuencia de malos recuerdos, pérdidas y situaciones dolorosas. Sin embargo, y con esta costumbre que voy adquiriendo de utilizar la consciencia cuando veo que el inconsciente me va disponiendo una cama de malos pensamientos, recordé un pasaje de un libro de mi amigo Eduardo Roselló, que narraba su experiencia cuando tuvo que ir a visitar a una persona muy enferma. Tras el rechazo inicial, se dio cuenta de que iba a entrar en un lugar donde las personas que trabajaban allí tenían una excelsa función principal: ayudar a otras que se encontraban en peores condiciones. Es decir, iba a adentrarse en un microparaíso apacible, en el que el comportamiento y la actitud de los seres humanos podía ser un ejemplo a seguir fuera de ese recinto:
Unas personas auxiliándose a otras, que recibían su atención, agradecidas. Los visitantes, por su parte, entran allí también con una intención compasiva y solidaria hacia sus semejantes.
Ya sabemos que no todos los profesionales de la sanidad (al igual que los educadores o los mismos padres) saben dar el trato delicado que requiere cada paciente; para que eso fuera así, la sociedad, en general, debería educarse emocionalmente y, en tal caso, no haría falta que hubiera escrito esta entrada. También conocemos todos los intereses que envuelven a la profesión, como línea de negocio, y a las que la circundan. Pero centrándonos en el factor humano, cuando decimos (yo misma) que jamás nos dedicaríamos a esa profesión, no caemos en la base de ayuda que anida en quienes un día deciden entregarse a auxiliar permanentemente a otras personas.
Reflexionar sobre todo esto me ayudará, a partir de ahora, a juzgar menos y a acercarme a los hospitales como centros de colaboración humanitaria en los que se nos ablanda el corazón y se incrementa nuestro nivel de compasión. Un recinto en el que, independientemente de la carga de sufrimiento que cada uno tenga, nos comportamos como debiéramos hacerlo en la vida en general.