Ayer me envió una amiga unas reflexiones personales, que creo merecen ser publicadas. Ya que ella no tiene intención de hacerlo, le he pedido permiso para sacarlas a la luz en este blog.
"Cuando tenía dos años, un buen día, me vi a mí misma desde fuera"
Gracias, amiga, por "escapar" entre tus fragmentos...
-------------------------------
“Yo ¿Soy?
Me he pasado la vida intentando juntar diversos fragmentos para formar con ellos un todo. Ese todo podría llegar a ser mi identidad. Pero los fragmentos, por alguna razón, no logran ensamblarse nunca del todo. Siempre quedan grietas, fisuras, y el todo no termina de aparecer.
Con frecuencia me he preguntado: ¿Quién soy yo? Y nunca he sabido responder. Cuando tenía dos años, un buen día me vi a mí misma desde fuera y me pareció raro ser aquella niña de dos años que no levantaba un palmo del suelo. Sentí verdadera extrañeza ante mi situación. “Así que estos señores, estos desconocidos, son mis padres, y esta calle es la calle en la que vivo..., pero ¿de dónde he salido yo?” .
Ahora me doy cuenta de que mi intento de reunir los pedazos: “yo soy la que...” era ficticio. Yo creía querer reunirlos, pero en realidad siempre he procurado que no se unieran del todo, porque una vez unidos formarían una coraza de la que no podría escapar.
¿Escapar? ¿Escapar a dónde? Escapar al TODO. A eso que es la vida y que nos une a todos. Los fragmentos que yo creía ser elementos constituyentes de mi identidad, en el caso de unirse, sólo formarían una cáscara, una carcasa, un habitáculo. Así que en pro de la respiración cósmica y por una voluntad sabia más allá de mi razón los fragmentos han permanecido discretamente separados. No hay Yo. Sólo hay Ello y Ello es un flujo/reflujo de la Inmensidad. Lo que acontece es anécdota. Acontece algo y bien podría acontecer todo lo contrario. Daría igual, La entidad que mi cerebro llama “Yo” seguiría existiendo con un argumento o con otro.
Pienso en las montañas. Las montañas son pliegues de la tierra y siguen siendo montañas tanto si llueve como si hace sol. Montaña es un concepto. Es la capacidad de montañizar de la tierra. No hay diferencia entre una montaña y otra, aunque su altura y contextura varíen. Pero a los humanos eso no nos gusta. En seguida les ponemos nombres y las individualizamos. Volcamos en lo que vemos nuestras ansias de identidad, que nacen de un deseo incontrolable de apoderarnos de lo que no es nuestro.
Podemos llamar a una montaña “Manolita” y creer que se trata de un lugar especial, con una configuración concreta y que por lo tanto la montaña cae presa de la identidad con la que la dotamos a través del nombre. El ser humano quiere definir y delimitar para poseer.
Ahora que veo que respiro a través de las grietas que quedan entre los mal llamados por mí “MIS fragmentos” me doy cuenta de que la tarea en realidad consiste en la NO IDENTIFICACIÓN. Desposeerse de todo y ser en TODO.
Mil anécdotas, mil historias. Mil argumentos. Nada de eso es Yo. Y Yo no está triste por haberlo descubierto. Se está riendo a sus anchas de ser un invento del conjunto de neuronas con las que nací.
Hay neuronas jugando en cada cerebro humano. Miles de neuronas inventando identidades. Saludemos a nuestras neuronas dejándoles claro que no nos creemos nada de lo que nos están contando. Y menos lo de la identidad.
Pero vivimos en esa religiosa creencia. ¨Yo soy el hijo de... el nieto de... el padre de... el médico, el pintor, el abogado, el profesor, el barrendero, el carnicero, el deshollinador...” “Estos son mis padres, mis nietos, mis hijos, mis sobrinos...” ¿”Mis”?
¿Podría decir del mismo modo “yo soy la que siente, o la que piensa...”?
Pensar y sentir ya no son anécdotas. Pero tampoco son identidades. Cada ser humano, mal que le pese, piensa y siente cosas muy similares a otro ser humano, Pero cada uno cree que sus pensamientos y sentimientos son originales. ¿Qué sentimos en definitiva?
¿Amor, odio, deseo, ira, frustración, miedo? Sí. Eso es común a todos. Pero esos sentimientos son del primer escalón”.
-------------------------------
“Yo ¿Soy?
Me he pasado la vida intentando juntar diversos fragmentos para formar con ellos un todo. Ese todo podría llegar a ser mi identidad. Pero los fragmentos, por alguna razón, no logran ensamblarse nunca del todo. Siempre quedan grietas, fisuras, y el todo no termina de aparecer.
Con frecuencia me he preguntado: ¿Quién soy yo? Y nunca he sabido responder. Cuando tenía dos años, un buen día me vi a mí misma desde fuera y me pareció raro ser aquella niña de dos años que no levantaba un palmo del suelo. Sentí verdadera extrañeza ante mi situación. “Así que estos señores, estos desconocidos, son mis padres, y esta calle es la calle en la que vivo..., pero ¿de dónde he salido yo?” .
Ahora me doy cuenta de que mi intento de reunir los pedazos: “yo soy la que...” era ficticio. Yo creía querer reunirlos, pero en realidad siempre he procurado que no se unieran del todo, porque una vez unidos formarían una coraza de la que no podría escapar.
¿Escapar? ¿Escapar a dónde? Escapar al TODO. A eso que es la vida y que nos une a todos. Los fragmentos que yo creía ser elementos constituyentes de mi identidad, en el caso de unirse, sólo formarían una cáscara, una carcasa, un habitáculo. Así que en pro de la respiración cósmica y por una voluntad sabia más allá de mi razón los fragmentos han permanecido discretamente separados. No hay Yo. Sólo hay Ello y Ello es un flujo/reflujo de la Inmensidad. Lo que acontece es anécdota. Acontece algo y bien podría acontecer todo lo contrario. Daría igual, La entidad que mi cerebro llama “Yo” seguiría existiendo con un argumento o con otro.
Pienso en las montañas. Las montañas son pliegues de la tierra y siguen siendo montañas tanto si llueve como si hace sol. Montaña es un concepto. Es la capacidad de montañizar de la tierra. No hay diferencia entre una montaña y otra, aunque su altura y contextura varíen. Pero a los humanos eso no nos gusta. En seguida les ponemos nombres y las individualizamos. Volcamos en lo que vemos nuestras ansias de identidad, que nacen de un deseo incontrolable de apoderarnos de lo que no es nuestro.
Podemos llamar a una montaña “Manolita” y creer que se trata de un lugar especial, con una configuración concreta y que por lo tanto la montaña cae presa de la identidad con la que la dotamos a través del nombre. El ser humano quiere definir y delimitar para poseer.
Ahora que veo que respiro a través de las grietas que quedan entre los mal llamados por mí “MIS fragmentos” me doy cuenta de que la tarea en realidad consiste en la NO IDENTIFICACIÓN. Desposeerse de todo y ser en TODO.
Mil anécdotas, mil historias. Mil argumentos. Nada de eso es Yo. Y Yo no está triste por haberlo descubierto. Se está riendo a sus anchas de ser un invento del conjunto de neuronas con las que nací.
Hay neuronas jugando en cada cerebro humano. Miles de neuronas inventando identidades. Saludemos a nuestras neuronas dejándoles claro que no nos creemos nada de lo que nos están contando. Y menos lo de la identidad.
Pero vivimos en esa religiosa creencia. ¨Yo soy el hijo de... el nieto de... el padre de... el médico, el pintor, el abogado, el profesor, el barrendero, el carnicero, el deshollinador...” “Estos son mis padres, mis nietos, mis hijos, mis sobrinos...” ¿”Mis”?
¿Podría decir del mismo modo “yo soy la que siente, o la que piensa...”?
Pensar y sentir ya no son anécdotas. Pero tampoco son identidades. Cada ser humano, mal que le pese, piensa y siente cosas muy similares a otro ser humano, Pero cada uno cree que sus pensamientos y sentimientos son originales. ¿Qué sentimos en definitiva?
¿Amor, odio, deseo, ira, frustración, miedo? Sí. Eso es común a todos. Pero esos sentimientos son del primer escalón”.