- El viernes pasado leía un texto de mi prima Ana, que aporta interesantes comentarios en este blog, y pensé que es una pena que apenas nos veamos. El sábado, salí a hacer unas compras, y me la encontré en la calle. Había venido a dar una vuelta (cosa poco normal en esta época del año).
- Mi editora me escribió para recomendarme la lectura de un par de libros de los que jamás había leído la reseña hasta el día anterior en el que ya me los había comprado.
- El día que fui a registrar mi libro, me escribió un amigo para decirme que iba a publicar el suyo (y del que hacía tiempo desconocía su recorrido) y que quería que participara en su presentación (hola, Tito, si estás por ahí ;-).
- Ese mismo día, otro amigo, con el que no tengo un trato regular, me escribió para decirme que se había decidido a escribir un libro y que se sorprendió cuando abrió mi blog y comprobó que acababa de leerme en una entrada que “uno puede lograr lo que se proponga”, porque eso es lo que él pensaba cuando tomó la iniciativa. De ahí surgió una pequeña colaboración por mi parte, que me apetece muchísimo, porque sé que va a hacer una maravilla de libro.
En otro orden de cosas, me aparecen señales que me van ayudando a tomar decisiones; unas algo complicadas de exponer aquí, pero otras tan simples como ésta:
Ayer mismo pensaba que tenía que cambiar de gafas para la lectura, porque estaban algo anticuadas y, además, porque consideraba que me lo merecía :-)). Al rato, pensé que quizá era un gasto innecesario. Pero, por la tarde, cuando las fui a coger, se me partieron literalmente por la mitad, sin posibilidad de arreglo (y no hice fuerza física ni movimientos bruscos...). El universo me estaba diciendo que lo hiciera, que actuara a favor de la corriente.
Quien no crea en estas cosas podrá poner mil excusas para verlo como algo normal, casual o de chiste, pero si a ello se le suman pensamientos telepáticos con personas que estamos en la misma línea vital y energética, por ejemplo, se entiende que quizá te esté sucediendo lo que Jung denominaba sincronicidad; es decir, la confluencia de circunstancias interiores y exteriores inicialmente inexplicables, pero con gran sentido para quien las vive y que, equivocadamente, podríamos achacar a la suerte, o a la coincidencia, sin más, pero que se dan y las percibimos porque estamos atravesando un momento personal idóneo e intenso para su revelación.