¿No es muy fina la línea entre relativizar y darte igual de todo?
Quizás no dar excesiva importancia a casi nada (conclusión a la que se puede llegar desde el aparentemente opuesto - y a la vez igual - de dárselo a todo, sentir la importancia de cada detalle de la vida y gozarlos), puede devolverte al punto de inicio, muy lejos de relativizar, en el que no le veías el valor a nada.
¿El secreto estará en disfrutar del todo y de la nada?
¿Cuál es vuestra opinión?