El victimismo no sirve de nada, salvo para darte cuenta de que tienes que abandonarlo.
Cuando estás en el papel de víctima no eres consciente de ello. Son los demás los que te ven así.
Se huye de las personas que se quejan constantemente de todo, de los que nunca son responsables de lo que les sucede en la vida, sino que son los demás los culpables de sus desdichas. Pero, para mantenerse en el victimismo se necesita, al menos, otra persona (que tampoco se quiere demasiado) dispuesta a escuchar y asentir.
Las personas que viven en lo que Tolle denomina "cuerpo dolor" no quieren cambiar ni aprender. Quieren que les des la razón, porque el grado de victimismo es proporcional al de soberbia: "Yo no cambio, porque quienes deben hacerlo son los otros”. Sólo hay una posibilidad de transformación: cuando ser víctima te hace más daño que autoanalizarte y tener la humildad de reconocer tus errores.
Tal vez se llega a esa conclusión cuando ya nadie te escucha, cuando has cansado a todos con tus resentimientos sobre el mundo, cuando les aburres porque siempre te expresas en negativo, cuando tú mismo te agotas de ser como eres.
Y entonces… quizá te encuentres a solas contigo y llegues a la conclusión de que eres fuerte y que de ti depende tu felicidad o tu infelicidad. Y, a partir de aquí, pondrás remedio y, en lugar de sucumbir, te elevarás.