Muchas veces nos sentimos mal sin una causa concreta. Las cosas nos van bien; no hay problemas graves a la vista... En esos casos, cuando no tenemos problemas, hacemos de la vida un problema ¿Y qué es lo que nos lleva a ese estado de desasosiego sin justificación? Lo que maquinamos, los pensamientos repetitivos y estériles, que nos llevan a la impaciencia, a la ansiedad e, incluso, a la depresión.
Parece absurdo que nuestra mente nos maneje, como marionetas, como si no tuviéramos poder sobre ella. Parece absurdo pero dominarla es lo que nos resulta más difícil. No sabemos economizar pensamiento, aplicarlo sólo cuando lo necesitamos, cuando su uso sea provechoso y productivo. ¿Y cómo eliminamos ese pensamiento “sobrante”?
Hay numerosos estudios y técnicas para ello, pero hace un par de años encontré un estupendo post al respecto, que me "tocó" porque tenía la fuerza de la experiencia. La persona que lo escribía, Mercè firmaba (gracias), estaba ayudándonos desde su trabajo interior. Os dejo ese texto, y espero que también os sirva.
Hay numerosos estudios y técnicas para ello, pero hace un par de años encontré un estupendo post al respecto, que me "tocó" porque tenía la fuerza de la experiencia. La persona que lo escribía, Mercè firmaba (gracias), estaba ayudándonos desde su trabajo interior. Os dejo ese texto, y espero que también os sirva.
Aquí va un avance:
“Cuando aquietas la mente, lo primero que te das cuenta es de tu soledad. La mente en marcha es un amigo que siempre te hace compañía, todo el rato te está diciendo qué debes hacer, qué hiciste, qué harás, analiza lo que está pasando”.
“Lo segundo que te pasa es que crees que no podrás hacer nada, sin tu mente. ¿Cómo vivirás sin mente? De repente, el vacío. Pero no es un vacío. La mente tiene diferentes niveles. Sólo conocemos el más cercano, ese que está haciendo run run todo el rato”.