Me hospedé en él durante unos días.
Madrugué antes de que naciera el sol.
Hilvané mi siguiente libro
con algo más de cien poemas,
redactados todos en paz y amor.
Compartí mesa con “desconocidos”;
pronto, intercambiamos vivencias.
Escuché cánticos y bendiciones.
Oré, dando gracias más que pidiendo;
medité en conexión con el firmamento.
Observé que estoy bien conmigo,
que soy capaz de guardar silencio,
pero que comunicar es mi vida,
y poco soy si nadie escucha mi verbo.
Sentí la serenidad en mí,
y hube de superar algún miedo.
Supuso una prueba distinta,
de la que ya ha germinado
el mejor de los premios,
valorar todo lo que “poseo”,
sin aferrarme con pasión a ello,
sino con la mesura y el desapego
a que me conduce el sosiego.
¿Repetiré la experiencia?
Es algo que aún no me planteo,
porque la imagen que hay de mí hoy
quizá no se asemeje a lo venidero.
Me alegro de haberlo elegido,
cumplí el reto propuesto.
Ahora sé que es fácil estar sola,
si pones la conciencia en ello.