martes, 7 de septiembre de 2010

Reflexiones en "voz baja"



Hasta hace bien poco creía tener vocación de coach. Siempre he sentido el impulso de ayudar a la gente, de dar consejo incluso antes de que me lo pidieran; de esforzarme por convencer a todo el mundo de lo que podría hacer con su talento, que, la verdad, me resulta muy fácil reconocer, incluso en quien ni siquiera se le ha pasado por la cabeza que lo tenga.

Antes de mi cambio interior, creo que el impulso se debía, aparte de (¿por qué no decirlo?) mi interés noble por hacerlo, quizá por un patrón de salvadora, que podría analizar y castigarme, pero que, en este momento, me da un poco de pereza…
En los últimos años, y coincidiendo con mi dedicación por las letras en el terreno personal, he llegado a plantearme coordinar ambas facetas, escritora y coach (aparte de la de currante por cuenta ajena y ama de casa con familia. Demasiado. Casi imposible). Tuve la intención de formarme en ello, pero, poco a poco, me he ido dando cuenta de que una de las cosas que más paz me proporcionan son los tiempos de silencio que también puedo tener gracias a la escritura, y que, en este caso, me permiten también comunicarme con el exterior. Aunque últimamente me basta con mirar al cielo para establecer una comunicación con la vida.
Escribo porque me apasiona, y tengo mi intención puesta en ayudar, más que en distraer (bastante distraídos andamos, aparte de que hay gente que disfruta más escribiendo obras de ficción. Tiene que haber de todo, y para todos). Me gusta orientar, trasladar mi experiencia sobre el papel, pero cada vez me llama menos hablar por hablar o invadir la vida de otros con mis historias. Necesito silencio, introspección serena, disfrutar de la paz que siempre busqué (o que no sabía que debía buscar para sentirme como ahora me siento).
Por cierto, ¿he dicho que me encanta escribir? ¿Si? Pues lo repito. Me encanta y cada vez fluyo más y con menos esfuerzo mientras lo hago. Es justo lo que necesitaba: hablar sin hablar (silencio activo), menos relaciones sociales, menos conversaciones agotadoras y más encuentro conmigo misma.
Últimamente, he tenido que participar en alguna presentación de libros (del mío y como ponente en otras) y en algún acto en el que me han requerido unas palabras. Pues bien, he descubierto que, aunque lo he hecho con gusto por tratarse de un tema que me seduce y por ser solicitada por personas a las que aprecio o para fines benéficos muy justificados, no me "llamaba" demasiado, así que trataré de restringir esa faceta (¿no digo que hay que vivir como uno quiere? :-).

El cuerpo me pide equilibrio para la mente mediante el silencio. En la introducción de Palabras para el Bienestar digo que soy una parlanchina incorregible, pues no es así, soy perfectamente corregible: vivir para aprender.

Ya sé que lo mío es escribir a solas, expresarme sin dirigirme a nadie y destinándolo a cualquiera. Una auténtica terapia, además. Y no hay nada mejor que saber lo que quieres ¿verdad?


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P.D. He personalizado más esta entrada, porque he recibido una carta de mi querido amigo Juan, relacionada con mi segundo libro, en la que me dice, entre otras cariñosas apreciaciones, que ha echado en falta algo más personal en la obra, cosa que he evitado, por no ser egocéntrica, pero que ya te explicaré debidamente, Juan. Mil gracias por tus palabras, si lees este comentario.