No consiste en la efímera alegría,
que se desvanece cuando acaba su causa.
No llega con sucesos ni eventos.
Proviene de la paz interior,
de la conciencia de estar vivo,
del reencuentro con quien eres,
de sentir este preciso momento,
en soledad o en compañía,
sin expectativas ni apegos,
con el entusiasmo y la confianza
de haber llegado a entender
que nada es tan importante
como para hacerte sentir mal,
aunque el más insignificante detalle
experimentado desde el alma,
aquí y ahora,
es lo que te trae felicidad.