martes, 12 de marzo de 2013

Ya siempre en mí



Hoy he comido sola en un restaurante. Me gusta observar a la gente e imaginarme sus vidas: no lo que hacen, ni a lo que se dedican, sino lo que pudieran sentir. Últimamente tengo más “facilidad” para palpar la esencia (la bondad) de todo el mundo. Me compadezco de alguien que parece agobiado o estresado o de quien tiene la mirada perdida. Me producen ternura las muestras de cariño; me agradan las de solidaridad, y comprendo que es el miedo el que actúa en quien se irrita o se defiende por temor a no ser suficiente para otros, cuando, en verdad, ya Es todo.

Entiendo todo esto porque hace tiempo que descubrí que yo soy tú y que tú eres yo; y que ellos, los que aman, temen, se entristecen, se alegran y se solidarizan son también parte de nosotros, que somos lo mismo.

Ahora soy capaz de ver, además de mirar y, por eso, cuando me observo y me descubro comportándome de una u otra forma no me juzgo tanto, sino que me atiendo y me trato con ternura; la adulta que soy protege y felicita, a partes iguales, a la niña vulnerable y fuerte que habita en mí y contempla cómo crece, a veces en soledad, a veces en compañía, pero ya siempre en sí.