Como he contado alguna vez por aquí, escribí mi libro, La calma está en ti, en el Monasterio de La trapa. Me retiré para pasar unos días en silencio y, si la inspiración venía a visitarme, escribir fluidamente. Siempre escribo así, sin sentarme expresamente a ello, sino siguiendo el dictado de la propia vida.
En uno de los desayunos, con la mermelada y
el tomate casero - elaborados con productos de la propia huerta de los frailes-
mientras cruzábamos unas palabras
(pocas; estábamos en un retiro de silencio, pero las justas para conocer qué nos había llevado hasta allí), me detuve a pensar lo interesantes que eran esas
personas. Luego, mi pensamiento salió de esos cuatro robustos muros y
reflexioné sobre el valor de todas las personas, incluso en el de aquéllas que
aún no lo habían reconocido en sí mismas (ReconoceR, verbo de lectura capicúa. Volver a ti para conocerte de nuevo). En ese instante, llegó la inspiración, y subí inmediatamente
a escribir a la celda uno de los textos del libro:
“Me gustan las personas interesantes
mucho más que las interesadas,
pero sé que quien actúa con interés
es porque aún no ha descubierto
lo interesante que es”.
(Página 130 de La calma está en ti)