Estoy en tiempo de sequía literaria: un libro finalizado y, por el momento, parado, por varias razones: ciertas indecisiones, cambio editorial, y porque todo corre tan deprisa y, al tiempo, tan en calma dentro de mí que cada vez que leo la penúltima página ya no soy quien la escribió.
Y una razón muy poderosa: mi madre se marchó hace poco más de un mes. Es ahora cuando lo estoy percibiendo con más intensidad, a la par que con aceptación. Le había llegado su momento, tras unos años delicada. Siempre admiré a esas personas que, cuando se les iba un ser querido, permanecían serenas, asumiendo lo inevitable y sabiendo que habían hecho lo que debían cuando vivían junto a ellos. Ahora soy una de esas personas. Le doy gracias a la vida por haberlo conseguido, por no dramatizar, sino apreciar los momentos de felicidad y de aprendizaje junto a ella y mi padre, que estoy segura de que le esperaba "allí", con los brazos abiertos. Mi padre solía correr hacia mí, en plena calle, cuando era pequeña y no tan pequeña, con los brazos en modo avión hasta abrazarme, mientras yo hacía lo mismo. Me le imagino recibiéndola así a ella. Gracias por la generosidad de los dos, su cariño, su entrega y su ejemplo.
Estoy en época de sequía de palabras, pero siento mucha abundancia dentro de mí, regada ahora con lágrimas agridulces. A ellos se lo debo. Mi gratitud, allá donde estéis. Sé que seguís cuidándome, juntos.