A eso es a lo que hemos venido a este mundo. Es posible vivir en paz, siempre que lo hagamos con la finalidad de disfrutar y sin juzgar. Es como si estuviéramos viendo una obra de teatro con la que deseamos pasar un buen rato, observando cómo se mueven los personajes, pero sin valorar sus actos como buenos o malos. Es lo que sucede, sin más. Lo estamos viendo con los ojos benevolentes de quien sabe que, pase lo que pase ahí fuera, no va a afectar a su bienestar. Como mucho, aprenderemos de ello, querremos repetir lo que nos hace sentir bien y obviar lo que nos intranquiliza. Sabremos que, en algún momento, estaremos llamados a entrar a escena con mayor participación, no sólo como observadores, sino también como actores, y lo haremos evitando todo juicio sobre nuestra actuación y tratando de gozar y de ofrecer al público lo mejor de nosotros.
(Cuesta romper ese patrón de juicio, pero... poco a poco).