“No valgo para nada y para todo me aplican”, decía una señora en un establecimiento al que he acudido a comprar. Comentaba que había hecho bricolaje en su casa, porque llevaba viendo una silla rota meses y nadie hacía nada para arreglarla. El tiempo se le había pasado volando, porque le gustan mucho las manualidades, pero “con tantas tareas como hay que hacer, nunca he podido ponerme en serio con ello”. Según le escuchaba, me daba cuenta de cuántas veces dejamos la creatividad retenida dentro de nosotros, nuestro don más preciado, por cumplir las expectativas de los demás o por hacer trabajos que, en muchos casos, no son responsabilidad nuestra. Al salir de la tienda, he observado a las personas que tenía a mi alrededor y he pensado que muchas se encontrarán en esa situación, en la de no haberse realizado en sus verdaderas capacidades, dejando este mundo incluso sin llegar a saber cuál es su don. Pero yo sé cuál es su don, ese que cuando desarrollan se olvidan del mundo y se encuentran consigo, radiantes de ilusión.
Algunas pistas para lograrlo, en mi libro El don de vivir como uno quiere (Ediciones Obelisco)